La tragedia ocurrida en la discoteca Jet Set, donde un colapso estructural segó la vida de decenas de dominicanos, ha sacudido el corazón de la nación. Sin embargo, en medio del luto colectivo, surgen señales inquietantes de que el gobierno de Luis Abinader podría estar utilizando este doloroso evento como un instrumento para sofocar la disidencia y desviar la atención de una movilización que lo incomoda profundamente: la marcha convocada por la Antigua Orden Dominicana hacia el Palacio Nacional el 24 de abril. Esta fecha, cargada de simbolismo para el pueblo dominicano, parece ser un espectro que el presidente prefiere evitar a toda costa.
El 24 de abril no es un día cualquiera. Conmemora la Revolución de 1965, un levantamiento popular que buscó restaurar la democracia y la soberanía frente a la opresión y la intervención extranjera. Es un recordatorio de la lucha del pueblo dominicano por su dignidad y autodeterminación, un eco de resistencia que resuena en cada generación. La marcha anunciada por la Antigua Orden Dominicana, un colectivo que aboga por la justicia social y la transparencia, representa una expresión de ese espíritu combativo. Sin embargo, el gobierno parece percibirla como una amenaza directa a su narrativa de estabilidad y progreso. ¿Por qué tanto temor a una manifestación pacífica? La respuesta podría yacer en la incapacidad de la administración para enfrentar un escrutinio público que revele las fisuras de su gestión.
La tragedia del Jet Set, lejos de ser solo un accidente, ha sido convenientemente amplificada por el gobierno como una cortina de humo. En lugar de centrarse exclusivamente en la investigación transparente de las causas del derrumbe y en el apoyo a las víctimas, las autoridades han optado por alimentar un clima de miedo colectivo. Se habla de posibles fallos estructurales en otros edificios, con un énfasis particular en el puente de la 17, una infraestructura vital para la movilidad en Santo Domingo. Estas advertencias, aunque podrían tener una base técnica, parecen calculadas para generar pánico y desincentivar cualquier forma de reunión masiva, incluida la marcha del 24 de abril. La lógica es perversa: si el pueblo teme por su seguridad, ¿quién se atreverá a salir a las calles?
Este patrón de manipulación no es nuevo. Los gobiernos que temen perder el control suelen recurrir al miedo como herramienta de contención. En este caso, la tragedia del Jet Set ofrece una oportunidad dorada para justificar medidas restrictivas bajo el pretexto de proteger a la ciudadanía. Declaraciones de duelo nacional, despliegues masivos de rescatistas y un discurso constante sobre la fragilidad de las infraestructuras desvían la atención de las demandas de la Antigua Orden Dominicana, que incluyen mayor rendición de cuentas y políticas que prioricen a los más vulnerables. Mientras el país llora, el gobierno refuerza su imagen de protector, pero a costa de silenciar voces críticas.
El miedo de Abinader a la marcha del 24 de abril no es solo político; es simbólico. Permitir que miles se congreguen para honrar la memoria de 1965 y exigir un país más justo sería reconocer que su administración no ha cumplido del todo con las promesas de cambio. En lugar de dialogar, parece preferir la distracción y la intimidación. Pero el pueblo dominicano, resiliente y consciente de su historia, no olvida fácilmente. La calumnia vertebral de este gobierno, que pretende doblegar la voluntad popular con tragedias y temores, no podrá apagar el fuego de abril. El 24, con o sin obstáculos, la voz del pueblo resonará.
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