La política migratoria del gobierno dominicano bajo la presidencia de Luis Abinader ha alcanzado un punto crítico, donde la retórica de control y soberanía se desmorona frente a una realidad alarmante: la incapacidad para gestionar la inmigración irregular de ciudadanos haitianos. Recientemente, el director de la Dirección General de Migración (DGM), Luis Rafael Lee Ballester, hizo un llamado a los inmigrantes haitianos indocumentados para que abandonen voluntariamente la República Dominicana, advirtiendo que las interdicciones migratorias se intensificarán en 19 provincias con nuevos agentes entrenados. Este pronunciamiento, lejos de ser una muestra de autoridad, revela una debilidad estructural en la política migratoria del país y una desconexión con la realidad de la crisis migratoria. Este artículo argumenta que permitir la salida voluntaria de migrantes irregulares no solo es ineficaz, sino que valida implícitamente su ingreso ilegal, socavando la soberanía nacional y perpetuando una invasión descontrolada que el gobierno no parece capaz de frenar.
La Farsa de la Salida Voluntaria
El llamado de Lee Ballester a que los migrantes haitianos indocumentados salgan voluntariamente del país es, en esencia, una admisión de derrota. Una persona que ingresa ilegalmente a la República Dominicana está violando las leyes migratorias del país, específicamente la Ley 285-04, que regula la inmigración y establece la deportación como consecuencia para quienes carecen de estatus legal. Permitir que estos individuos abandonen el país por su propia voluntad equivale a legitimar su ingreso irregular, enviando un mensaje de permisividad que incentiva futuras violaciones. Si el gobierno reconoce la presencia de miles de indocumentados y, en lugar de proceder con deportaciones efectivas, les sugiere amablemente que se vayan, ¿Qué autoridad ejerce realmente? ¿Qué mensaje envía esto a quienes cruzan la frontera sin autorización, sabiendo que no enfrentarán consecuencias inmediatas?
La historia reciente demuestra que este enfoque no funciona. En octubre de 2024, el presidente Luis Abinader anunció un plan para deportar hasta 10,000 inmigrantes ilegales por semana, un intento de mostrar mano dura frente al creciente flujo migratorio desde Haití. Sin embargo, las cifras cuentan una historia diferente. Desde septiembre de 2024 hasta mayo de 2025, la DGM reportó la deportación de 226,117 haitianos indocumentados, una cifra significativa pero insuficiente si consideramos las estimaciones de cientos de miles de migrantes irregulares en el país. Además, organizaciones como el Grupo de Apoyo a Repatriados y Refugiados (GARR) en Haití reportaron que en abril de 2025, 23,123 haitianos fueron repatriados, superando las cifras oficiales de la DGM (14,874), lo que pone en duda la transparencia y eficacia de los operativos dominicanos.
El propio Abinader ha hecho llamados previos a la salida voluntaria, especialmente tras el anuncio de deportaciones masivas en 2024, pero los resultados han sido mínimos. Algunos migrantes han optado por retornar a Haití por su cuenta, temerosos de perder sus pertenencias en redadas, pero esta "solución" es marginal y no aborda el problema de fondo. La salida voluntaria no solo es ineficaz, sino que perpetúa un ciclo de permisividad: los migrantes ingresan ilegalmente, permanecen en el país sin regularización, y luego se les ofrece la opción de irse sin enfrentar consecuencias legales. Esto no es control migratorio; es una invitación a la anarquía.
¿Será que el Gobierno de Abinader No Tiene los Recursos ni Mecanismos para Deportar a los Haitianos?
La pregunta que surge es inevitable: ¿Será que el gobierno de Abinader no tiene los recursos ni los mecanismos para deportar a los haitianos indocumentados? Los operativos de interdicción, aunque intensificados según Lee Ballester, parecen ser más un espectáculo que una solución efectiva. La DGM ha destacado la incorporación de nuevos agentes entrenados y el uso de tecnologías como el reconocimiento facial para identificar a los indocumentados. Sin embargo, la realidad en el terreno cuenta otra historia. En lugares como Haina, donde los migrantes son retenidos antes de su deportación, se han reportado protestas y disturbios, lo que evidencia una falta de control y organización en los centros de detención.
Además, las redadas, aunque frecuentes, no logran abarcar la magnitud del problema. En Nagua, por ejemplo, la DGM detuvo a 125 haitianos en un solo operativo, incluyendo mujeres y menores, pero estas acciones son gotas en el océano frente a la escala de la inmigración irregular. La presencia de menores haitianos en las calles de Dajabón, pidiendo en los comercios, es otro síntoma de un sistema migratorio colapsado, donde incluso Lee Ballester ha admitido que depende de la organización de las autoridades haitianas para resolver el problema. ¿Es esta la postura de un gobierno soberano? ¿Delegar la responsabilidad a un país vecino sumido en el caos?
La falta de recursos no es solo una cuestión de personal o tecnología, sino de voluntad política. El gobierno de Abinader parece atrapado entre la presión interna de grupos nacionalistas que exigen mano dura y la crítica internacional por presuntas violaciones de derechos humanos. Organizaciones como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y expertos como Bridget Wooding han denunciado abusos en los procesos de deportación, incluyendo detenciones por perfil racial y la falta de garantías procesales. Sin embargo, ceder a estas críticas debilitando las medidas de control migratorio solo agrava la situación, dejando a la República Dominicana vulnerable a una inmigración descontrolada.
¿Ya Es Descontrolada la Invasión Haitiana?
La magnitud de la inmigración haitiana irregular en la República Dominicana no puede subestimarse. Haití, sumido en una crisis humanitaria desde el terremoto de 2010 y agravada por la violencia de pandillas en los últimos años, ha empujado a miles de sus ciudadanos a cruzar la frontera en busca de mejores condiciones. Este flujo, aunque motivado por la desesperación, no puede justificar la violación de las leyes dominicanas. La inmigración haitiana no se limita a las zonas fronterizas, sino que se ha dispersado por todo el país, afectando grandes ciudades como Santo Domingo y Santiago, así como áreas rurales.
El impacto económico, social y de seguridad es innegable. La DGM ha señalado que la inmigración ilegal genera distorsiones en la economía, afecta la salud pública y expone a la población a riesgos como la explotación y el tráfico ilícito. Además, la presión sobre los servicios públicos es abrumadora: en octubre de 2024, el 40% de los bebés nacidos en hospitales públicos dominicanos eran hijos de madres haitianas, un aumento significativo desde el 24% en 2019. Esta situación no solo tensiona los recursos del país, sino que alimenta el resentimiento social, como se ha visto en protestas de grupos de extrema derecha que exigen medidas más drásticas.
Llamar a esta situación una "invasión descontrolada" no es exageración. Cuando un país no puede garantizar el cumplimiento de sus leyes migratorias, pierde el control de sus fronteras y, por ende, de su soberanía. La política de salida voluntaria propuesta por Lee Ballester no hace más que agravar este problema, al enviar un mensaje de debilidad y permisividad. Si los migrantes saben que pueden ingresar ilegalmente y, en el peor de los casos, se les pedirá que se vayan por su cuenta, ¿Qué incentivo tienen para respetar las leyes dominicanas?
La Necesidad de una Política Migratoria Firme
La solución no pasa por llamamientos a la buena voluntad de los migrantes, sino por la aplicación estricta de la ley. La deportación debe ser el mecanismo principal para abordar la inmigración irregular, no una opción secundaria tras una sugerencia de salida voluntaria. Esto requiere una inversión significativa en recursos: más agentes migratorios, mejor coordinación con las fuerzas armadas, y una infraestructura adecuada para procesar y deportar a los indocumentados de manera eficiente y respetando los derechos humanos. La tecnología, como el reconocimiento facial mencionado por Lee Ballester, es un paso en la dirección correcta, pero debe ir acompañado de una estrategia integral que no dependa de la cooperación de un Haití en crisis.
Además, el gobierno debe abordar las críticas internacionales sin ceder en su derecho soberano a controlar sus fronteras. Las acusaciones de abusos en las deportaciones, aunque preocupantes, no justifican la parálisis en la aplicación de la ley. La República Dominicana tiene el derecho y la obligación de proteger su territorio y a sus ciudadanos, especialmente ante un flujo migratorio que amenaza con desbordar su capacidad de respuesta.
Conclusión: Un Llamado a la Acción
La política migratoria de Luis Abinader ha fracasado en contener la inmigración haitiana irregular, y el llamado de Lee Ballester a la salida voluntaria es una prueba más de esta incapacidad. ¿Será que el gobierno carece de los recursos y la voluntad para actuar? ¿Ya es descontrolada la invasión haitiana? Las respuestas parecen ser afirmativas, y el costo de esta inacción lo paga el pueblo dominicano, que ve sus recursos estirados al límite y su soberanía cuestionada.
Es hora de abandonar las soluciones tibias y adoptar una postura firme. La deportación debe ser la norma, no la excepción, para quienes violan las leyes migratorias. Solo así se podrá restaurar el control de las fronteras y enviar un mensaje claro: la República Dominicana no es un refugio para la inmigración ilegal. La soberanía no se negocia, y la seguridad del país no puede seguir en juego.
0 Comentarios
Déjanos aquí tus comentarios.